martes, 4 de marzo de 2014

FRANCISCO PRADILLA. Doña Juana la loca

CUADRO DE FRANCISCO PRADILLA: -Doña Juana la Loca- (Museo del Prado). Exégesis y Comprensión.


Hay que situarse en el periodo pictórico del  romanticismo histórico en el siglo XIX. Fueron entonces varios los artistas de la época que realizaron obras sobre el tema de amor y muerte de la Reina: Ibo de la Cortina, Carlos Giner, Gabriel Maureta, Lorenzo Vallés … Pero sin duda, el cuadro histórico más conocido, es el que realizó Francisco Pradilla en 1877, en plena ebullición romantica, que, por supuesto, no muestra su aspecto real, pero si su actitud enfermiza. Pradilla retrata un instante del episodio más difundido de la vida de la Reina, como fue un descanso en el lóbrego y errante traslado del cuerpo de su esposo Felipe, fallecido en Burgos en septiembre de 1506, a la ciudad de Granada.
Desde niña, Juana mostró un carácter muy extremo en sus costumbres, en parte por la educación piadosa que recibió, llegando a dormir en el suelo como penitencia, o a autolesionarse flagelándose. Con el paso de los años, ese extremismo llevado a su existencia cotidiana y complicado con los celos que le originaba su matrimonio, llegó a producirle graves alteraciones psicológicas de esquizofrenia paranoide.
Tras la muerte de su esposo, los trastornos se hicieron más notorios y duraderos. Cuentan, que la Reinaestuvo presente mientras embalsamaron el cuerpo, no permitiendo en ningún momento la presencia de mujeres junto al ataúd. Tampoco consintió el enterramiento y ordenó que trasladaran el cadáver a la Cartuja de Miraflores por ser monasterio sólo de hombres y allí, en una sala privada, le visitaba frecuentemente abriendo el féretro con una llave que llevaba siempre colgada del cuello.
El 20 de diciembre de 1506 , 3 meses después del fallecimiento, doña Juana accedió a trasladar el cuerpo de su esposo de Burgos, concretamente desde Arcos de la Llana lugar donde comienza la peregrinación hasta la ciudad de Granada para ser enterrado, junto a su madre Isabel, en el Panteón Real de la Catedral. Envío la Corte por delante, y ella personalmente acompañó el cortejo fúnebre compuesto únicamente por frailes, media docena de criadas ancianas, que debían ir siempre alejadas del féretro, los porteadores y soldados fuertemente armados, que evitaban que ninguna mujer de los pueblos o aldeas por los que atravesaban pudiera acercarse al ataúd.
Hacía marchas muy cortas, viajando solamente de noche a la luz de las antorchas que portaban los soldados. Se detenían en algún pueblo al amanecer y en su iglesia se introducía el féretro de don Felipe, al que durante todo el día se le decían misas, celebrando una y otra vez el oficio de difuntos. La propia Juana viajaba en carruaje y, a veces, a caballo para poder acercarse hasta el cadáver que era trasportado en andas, y cuyos portadores eran relevados con frecuencia debido al hedor insoportable que, por motivo de un mal embalsamamiento, despedía el cuerpo. En una de las paradas habituales al clarear el día, se introdujo el cadáver en un monasterio del lugar. Al percatarse la reina de que se trataba de un claustro de monjas, ordenó inmediatamente que se sacara el féretro de allí y se acampara en pleno campo. Ese es el momento que idealiza Francisco Pradilla en la célebre obra romántica: “Doña Juana la Loca”.
La figura de doña Juana se encuentra en el centro de la composición, mirando con ojos enfermizos el catafalco de su esposo adornado con las armas imperiales: en el paño sobre el ataúd aparecen bellamente los bordados del Águila Imperial Exployada y el León de Brabante. Sobre las andas, estampados sobre el lienzo blanco, los cuarteles del Reino de León, el Águila Imperial Bicéfala, Flandes y Tirol y Castilla; tras el candelero, el cuartel de Granada, el Águila de Sicilia, el de Aragón y el Borgoña.

La Reina viste un amplio y grueso traje negro de terciopelo que pone de manifiesto su avanzado estado gestación, apreciándose claramente en su mano izquierda las dos alianzas. Se intuye el frío de la mañana del invierno de la Meseta, en la fuerte ráfaga de viento que cruza la obra empujando mágicamente el humo de la hoguera, la llama de los velones y el manto de la Reina. A la derecha, el monasterio del que doña Juana ordenó sacar el féretro de su marido.

Mientras los varones de la comitiva permanecen de pie, las mujeres son representadas sentadas y concentradas en la misma visión de doña Juana. Al fondo, algunos personajes masculinos  se ausentan de la escena formando corros de conversación. Otro de los temas a destacar del cuadro, además de la soledad de la Reina, que parece introvertida en su desgracia, es el silencio que se adivina en la escena. La obra da la sensación de ausencia total de ruido.

Doña Juana no llegó hasta Granada. La lentitud del cortejo fúnebre, la peste, el alumbramiento a su hija Catalina en Torquemada donde permanece 18 meses, para salir de allí y por ese motivo a Hornillos de Cerrato; las entrevistas con su padre Fernando, las quejas al rey de los nobles que se veían obligados a acompañarla,  originaron que, al final, la Reina cediese a trasladarle desde la localidad  hasta Arcos de la Llana (deshaciendo el camino de ida) en febrero de 1509, dos años después de su salida de Burgos. Los restos de don Felipe fueron depositados en el convento de Santa Clara de Tordesillas, hasta que en 1525, su hijo Carlos I, ordenará su traslado definitivo a la Catedral de Granada.
Doña Juana permanecerá retenida y custodiada en Tordesillas 46 años, desde su llegada con 29 años hasta su muerte en 1555, fecha en la que contaba 75 años de edad. Curiosamente, su hijo Carlos abdicará seis meses después de la muerte dela Reina. Esos serán los únicos seis meses en los que legalmente será Rey de España.

-Puedes ver el trailer de la película del mismo nombre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario